lunes, 12 de marzo de 2012

Testimonios de los afectados por la contaminación en La Oroya, quienes demandaron al Estado Peruano ante la CIDH

INFORME

“Cuando uno no tiene conocimiento de los daños, uno puede respirar aire contaminado y pensar que es cotidiano”


Escribe Juana Gallegos



La fundición ha sido la razón de ser de La Oroya desde 1922. La ciudad ha crecido alrededor del complejo metalúrgico y ha aceptado pasivamente el costo del “progreso” poniendo en riesgo su salud. Cuando Doe Run Perú compró el  complejo metalúrgico  a Centromín Perú en 1997 prometió cumplir con el Programa de Adecuación Medio Ambiental (PAMA) en diez años, sin embargo no cumplió con los plazos previstos. Hoy, los niños de La Oroya sufren de múltiples dolencias. Tienen problemas en los riñones y el hígado, tienen caries, el esmalte de los dientes se les torna color negruzco por el plomo. 


En el 2005, 65 pobladores de La Oroya demandaron al Estado Peruano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por ser víctimas de la contaminación por parte de Doe Run y, ante la indiferencia del Estado,  solicitaron medidas cautelares para proteger su derecho a la salud. Dos de los afectados por la contaminación murieron antes de ver el final del proceso.


Las toneladas de humo tóxico que despedía la chimenea de la fundición de Doe Run los estaba matando lentamente. Sus hijos sufrían de bronquitis, les empezaron a salir alergias y manchas en la piel, tenían dolencias en el hígado y los riñones. Se hicieron numerosos estudios que reportaban que sus niños tenían altos niveles de plomo en la sangre. Periodistas de todo el mundo llegaban a La Oroya, a una de las ciudades más contaminadas del mundo –a sólo 174 kilometros de Lima-, para reportar los excesos de la contaminación, los impactos y estragos en la población por parte de la empresa del multimillonario Ira Rennert.


Para los afectados, el Estado siempre  estuvo ausente.  Luego de chequeos médicos a vuelo de pájaro, de diagnósticos incompletos en centros de salud de Lima, no recibieron ningún tipo de tratamiento del Ministerio de Salud. Volvieron a La Oroya sólo con los resultados de sus análisis de sangre y con la certeza de que estaban intoxicados con plomo, arsénico, cadmio, dióxido de azufre, y otros tóxicos de la fundición. Encontramos a varios de ellos en La Oroya. La gran mayoría no quiso hablar por temor a represalias, los que aceptaron lo hicieron de manera anónima. Para muchos pobladores de La Oroya defender el derecho a la salud y a un ambiente sano puede significar señalamientos y hostigamientos, el clima es hostil si se habla de estos derechos.



La zona conocida como La Oroya Antigua ha sido la más perjudicada por la emisión diaria de los gases tóxicos que durante 24 horas al día arrojaba la chimenea de la fundición. “Usted no sabe cómo era caminar por aquí. Vivíamos prácticamente como en una cámara de gas. Te ardía la garganta, los ojos”, dice M.C. un técnico dental  que forma parte del grupo de afectados que decidieron denunciar al Estado. Tal decisión le costó caro: “Cuando camino por las calles la gente me dice: tú quieres que la fundición se cierre, ya deja de molestar, vete de La Oroya”.


Nos hace escuchar las grabaciones de un programa radial local, el locutor dice al aire que M.C. hace firmar planillones para que no se amplíe el PAMA de Doe Run, que es un ambientalista radical, que recibe mucho dinero por la campaña contra la fundición. “Por eso pedí garantías por mí y mi familia”. Relata  que cuando una de sus hijas tenía dos años comenzó a convulsionar sin razón aparente. Le salieron sarpullidos en la piel, verrugas en la espalda y las manos. Tenía 32 ug/dl (microgramos por decilitro) de plomo en sangre, cuando la Organización Mundial de la Salud  advierte que el máximo nivel de riesgo es 10. “Los médicos de La Oroya nos recomendaban que teníamos que lavarle las manos a nuestros hijos, que debíamos alimentarlos bien y problema solucionado. Nos recomendaban sacarlos de La Oroya, alejarlos de la fundición. Pero mi casa y mi vida están aquí. No había forma de moverme”, dice M.C.





Un rasgo común de los afectados es que se muestran escépticos ante las evaluaciones y recomendaciones de los centros de salud de la zona. “La gente piensa que la empresa  manipula todos los resultados. Sienten que en La Oroya los médicos no dicen la verdad y que se reservan el diagnóstico real”, dice Astrid Puentes, sub directora de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA) de México. Esta ONG, junto a la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental SPDA, y otros juristas peruanos, asesoraron  a los afectados de La Oroya  llevando el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Desde 1996 asesoramos a este grupo de personas para que se cumpliera la Ley de Salud, para que mejore la calidad del aire y se hiciera algo con la contaminación del suelo de La Oroya. Diez años después (2006) el Tribunal Constitucional Peruano falló a favor de los demandantes, concluyendo que era una situación grave de derechos humanos. Le ordenó al Estado la adecuación de un plan de vigilancia de la salud de los afectados, que consistía en darles un diagnóstico y tratamiento médico. Sin embargo, hasta ahora el Estado no ha cumplido”, puntualiza Puentes.


En las evaluaciones realizadas en Lima se concluyó que la mayoría de las personas estaban intoxicadas con plomo, cadmio y arsénico. “Habían niños con problemas respiratorios relacionados directamente con la absorción de dióxido de azufre. Algunos tenían afectaciones a la piel, verrugas y sarpullidos. Otros presentaban problemas de comportamiento, se dormían en clase o estaban inquietos, conductas que están relacionados directamente con la absorción de plomo. Las evaluaciones quedaron en el diagnóstico. Nunca se hicieron mayores estudios”, dice Puentes.



Lo que hizo el Ministerio de Salud fue darles tratamiento de manera simbólica. “Nos llevaron a Lima, nos hospedaron en un hotel, nos llevaron a distintos centros médicos, nos tomaron muestras de sangre y finalmente nos dieron una hoja con nuestros diagnósticos y ahí quedó. No hubo  tratamiento ni seguimiento de los casos de contaminación. El Estado se ha burlado, por eso hemos decidido ya no volver a sacarnos más muestras de sangre, ¿para qué?”, señala.


M.F es otro de los oroyinos afectados que decidió hablar, su hijo  de  cuatro años aún exhibe algunas manchas blancas en las mejillas. “Es por el plomo”, nos dice. Sus otros niños tienen granitos en la piel, hipersensibilidad, problemas respiratorios: faringitis, bronquitis, amigdalitis. Sus tres hijos arrojaron altos niveles de plomo en la sangre. No han recibido ningún tipo de tratamiento por parte del Estado. Él corre con los gastos, el  tratamiento de las afecciones respiratorias le cuesta aproximadamente 300 soles, y una consulta con el  dermatólogo cuesta 80 soles. “El que más nos ha perjudicado ha sido el Estado. Las leyes peruanas han sido muy contemplativas para las empresas que contaminan. No les han puesto ningún límite”, dice.




M.C. y M.F. estuvieron presentes el 2004 cuando se realizó el primer censo hemático en La Oroya. “De 788 niños uno sólo tenía 10 microgramos por decilitro (µg/dl) de plomo en la sangre. Cinco de ellos sobrepasaron los 70 µg/dl”, dice M.C. “Nadie hizo nada por esos niños. Doe Run los solía llevar lejos de la ciudad por un día, los alimentaba, les enseñaban a lavarse las manos y luego los retornaba a la ciudad, nuevamente a la contaminación”, añade.



 
Ante la pasividad del Estado M.C. y M.F. acudieron ante la CIDH para hacer respetar los derechos fundamentales de toda persona humana, como es el derecho a la salud. “Cuando uno no tiene conocimiento de los daños, uno puede respirar aire contaminado y pensar que es cotidiano. Cuando me enteré que el gas que salía de la fundición no era sólo humo negro sino que venía contaminado con plomo, arsénico y cadmio, decidí denunciarlo, aunque ahora me cueste mi tranquilidad. La población aún no es consciente de los daños. Vivíamos bajo una chimenea que prácticamente nos estaba envenenando. El Estado nunca implementó ninguna acción para proteger nuestra salud y la de nuestros hijos”, termina M.F.


M.C. recuerda que cuando tomó conciencia del peligro decidió hacer respetar sus derechos como ciudadano ante el Estado. “Lastimosamente, para la mayoría de la gente de La Oroya, la contaminación que genera la  fundición es algo normal”, sostiene.




Según AIDA, “en 2007, la CIDH ordenó implementar medidas cautelares para prevenir el daño a la salud, la integridad y la vida de la población de La Oroya, solicitó al Estado peruano diagnosticar y proveer de tratamiento médico especializado al grupo de personas que representamos. Debido a que el Estado fue lento en su respuesta, la CIDH se reunió con las partes en el 2008 y 2009, y le reiteró -al Estado peruano- la necesidad de implementar las medidas apropiadas, las que se viene dando de manera parcial y que demoró injustificadamente el cumplimiento de la decisión del Tribunal Constitucional de 2006, por lo que podría estar violando los derechos de las personas, como el acceso a la justicia y a las soluciones nacionales efectivas”. Ante el inminente reinicio de las operaciones de la fundición, los afectados dicen que darán el siguiente paso: llevarán esta vez su demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, así se harían escuchar.


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