Rosa Amaro, luchadora social, lejos de ser respaldada por defender la vida y un ambiente sano en La Oroya, es víctima de hostigamientos. Ser Presidenta del MOSAO (Movimiento por la Salud de La Oroya) le ha significado ser blanco de agresiones verbales mientras camina por las calles de esta ciudad. Vive en La Oroya Antigua, cerca del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos, cuando los trabajadores de la empresa Doe Run Perú realizan sus asambleas, Rosa y su familia temen por su integridad física, pues han sido agredidos verbalmente, y en varias oportunidades, los trabajadores han ido a su vivienda a golpear su puerta.
Rosa Amaro tiene 60 años y los últimos nueve años lo ha dedicado íntegramente al Movimiento por la Salud de La Oroya, el MOSAO. Este movimiento fue creado en 2002, está integrado por pobladores de La Oroya que siendo conscientes del daño que ocasionaba la emisión de gases tóxicos del complejo metalúrgico -operado por Doe Run Perú- decidió emprender el difícil camino de la protección de la salud y la dignidad de su provincia.
Amaro ha vivido toda su vida en La Oroya Antigua, zona que se ubica a muy pocos metros de la fundición y la más golpeada por los gases tóxicos. Hoy, el clima de amenazas y hostigamientos que recibe, ha llevado a Rosa a vivir a salto de mata, entre La Oroya y Jauja, en Huancayo, siempre buscando seguridad.
“Somos víctimas de una especie de terrorismo blanco”, dice Rosa. Y es que en La Oroya el ambiente es hostil para los defensores ambientalistas, tienen que enfrentarse a diferentes flancos, como: volantes, panfletos, una radioemisora reproduce sin ninguna responsabilidad ofensas y amenazas constantes contra la familia de Amaro y otros luchadores sociales de la zona, cuyo contenido promueve la violencia y agresión. Cuenta Rosa que incluso la emisora radial incita a sus oyentes y a los trabajadores para que llamen por teléfono a la radio sólo para insultar.
Amaro describe el hostigamiento como feroz. “Llaman también por teléfono, insultan. Nos dicen ‘salgan de La Oroya porque los vamos a matar’, ‘vamos a quemar sus casas’”, narra Amaro. Esto lo escuchó en uno de los últimos mítines organizado hace un par de semanas por los trabajadores de Doe Run. “No podemos salir a la calle, y la situación es hoy más intensa por la presión social en La Oroya para se reabra la fundición”, dice.
Durante años, la familia de Amaro vivió secuestrada por los gases tóxicos que emitían las tres chimeneas activas del complejo. El esposo de Rosa, Clemente Galarza, de 62 años, dice que la contaminación se sentía con mayor intensidad en periodos de helada. El gas que salía por la chimenea bajaba y “la garganta te ardía, te provocaba toser, te daban dolores de estómago”, señala.
Era 1998 y Moisés -hijo de Rosa-, tenía 5 años y 58 microgramos por decilitro de plomo en la sangre. Cuando Rosa Amaro recibió este resultado decidió que tenía que hacer algo. Primero lidió con los constantes dolores de estómago de su hijo, sus calambres, su contextura delgada. Luego se integró al MOSAO. Ese era el camino para salvar a su hijo.
Moisés tiene ahora 18 años. Llevar el apellido Amaro ha sido un estigma para él, desde pequeño lo separaban de los grupos. Cuando Doe Run repartía regalos había gente que le decía con ironía: “tú tienes plomo, por qué no vas al hospital a curarte”. ¿Crees que has crecido con muchas desventajas?, le preguntamos. Moisés responde que sí. Su escuela quedaba al lado del complejo metalúrgico y hasta hoy puede recordar claramente el intenso olor de los gases, la picazón en su garganta, puede recordar que cuando pasaba la mano por la pared de su salón se le manchaba de polvo negro, y que las bolitas de polvo se le adherían a la ropa como planchones de caspa. A los 17 años empezó a tener dolores en los huesos, “como si me pusieran dentro de una refrigeradora”, dice Moisés. Comenzaron los calambres, la intensa fatiga con los que parece condenado a vivir.
Su madre piensa en las otras madres de La Oroya que temen que las enfermedades que sufren sus niños tengan que ver con la contaminación con plomo. “Hay muchas personas en La Oroya Antigua que no gozan de un Seguro de Salud. El costo de un examen de plomo cuesta 80 soles que no es cubierto por nadie. No es justo”, dice Amaro.
“La empresa tiene dinero, está pagando el 70% del sueldo de sus trabajadores, entonces tiene la capacidad (los recursos) para completar el PAMA con la construcción de la planta de ácido sulfúrico… no estamos en contra de que el complejo sea reabierto, pero la empresa tiene que cumplir con sus compromisos ambientales”, dice Amaro. “Nadie niega que está en riesgo el trabajo de las personas que laboran en la fundición pero es más importante el cuidado de la salud, tanto de sus trabajadores y de la población”, agrega con énfasis.
En los últimos meses se han intensificado los insultos
Rosa Amaro y su esposo Clemente relatan que en muchas oportunidades han sido perseguidos por las calles. En los últimos meses los ataques se han vuelto permanentes y sistemáticos.
Amaro recuerda que “cuando hubo una reunión en el sindicato de los trabajadores, al finalizar la reunión hombres y mujeres vinieron por la calle 2 de mayo y bajaron por la calle Callao (La Oroya Vieja), y cuando yo me encontraba saliendo de mi domicilio para dirigirme la oficina de la ONG Filomena Tomaira escuche a uno de ellos decir “ella es”, “vamos “, y yo no supe que hacer en ese momento solo corrí para tomar cualquier carro y salir del lugar”.
A lo largo de estos años, las aproximadamente 5 ó 6 veces que Amaro y otros miembros del MOSAO han intentado pedir garantías al Subprefecto o Gobernador de La Oroya, no han obtenido ningún resultado, ya que al presentar la denuncia, les han pedido datos para identificar a los agresores (nombres y apellidos completos, DNI, dirección, entre otros) y muchas veces estos actúan en grupo y es difícil identificarlos. Es decir que ninguna de las solicitudes han sido aceptadas debido a que las pruebas solicitadas son difíciles de conseguir.
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